lunes, 8 de julio de 2013

¡SPLAT! Un ensayo sobre la violencia animada

Ahí va un ensayo que escribí para la materia Pensamiento Contemporáneo de la Universidad, acerca de la violencia, el slapstick, y una posible diferenciacion entre Tom y Jerry, el Coyote y el correcaminos y los dibujos de Tex Avery, en un intento de relacionar movimiento e ideología.
Que se yo, está para discutirlo. El nombre original era "La ilusión de vida", pero se lo cambio a "¡SPLAT!", porque me interesa más indagar en las posibilidades de movimiento y su significado en la animación especificamente, y no tanto su aplicacion en otros campos de la imagen.



¡SPLAT!

Sobre la afección de la materia y su relación con el dolor en los dibujos animados

Los dibujos animados son especialmente propensos a demostrar situaciones de dolor de forma hiperbólica, y en este ensayo intentaremos de investigar las relaciones existentes entre el tipo de representación sintética de dolor y su efecto, utilizando como base principalmente los textos de Henri Bergson, “La Risa”, y “Sobre el dolor” de Ernst Jünger.
La primera cuestión a indagar seria la relación de la comicidad y el dolor, para nada exclusiva del dibujo animado.
Según analizó Bergson, para que un accidente (aunque esto es aplicable a todo lo demás) resulte cómico, se tiene que establecer una relación en la que el objeto que provoca risa no provoque también sentimientos, ya que estos acaban con la comicidad. Es necesario tomar distancia de lo sucedido para no sufrir el dolor por efecto de la empatía con el otro, por lo que la comedia estaría dirigida hacia el “intelecto puro”. Este concepto es relacionable con la “segunda conciencia” referida por Jünger, cuyo método permite al hombre verse como objeto, por lo tanto analizable, mesurable y fuera de la zona de dolor. En otras palabras, como herramienta. Aquel origen intelectual de la comedia tiene para Bergson una función disciplinaria.
Este argumenta que se produce un efecto cómico cuando la falta de voluntad propia de lo cosificado se vuelve evidente; cuando su maquinización deja de ser efectiva y productiva para la comunidad y se delata en sus hábitos cristalizados; cuando “sigue en línea recta donde debería haber hecho una curva”.
Sin embargo, no sólo la rigidez provoca la ajenidad necesaria al dolor para resultar cómica.
La violencia como recurso cómico (cuyo origen es más antiguo que la animación y que además se extiende a todo el medio cinematográfico) ha sido criticada incluso por los dos autores antes citados, calificándola como barbárica y enajenante. Para recurrir a la visión de los contemporáneos sobre las animaciones a analizar, recurrimos a los párrafos alusivos de Adorno y Horkheimer en “La Industria Cultural”, en el cuál se distinguen dos tipos de dibujos animados, a los que los autores aluden erróneamente como pasados contra contemporáneos. Consideramos que las oposiciones descritas no pertenecen a una diferencia meramente temporal, dado que ambos extremos han estado presentes de forma simultánea a lo largo de la historia, por lo que extraemos del mismo texto las posibles categorías de surrealistas/industriales, atípicos/serializados o subversivos/subyugantes.
Los de la primera corriente provienen de la comedia slapstick, cuyos orígenes se remontan al Medievo, en la cual la violencia es tan hiperbólica que se pierde cierto sentido de dolor ante lo absurdo de las reacciones. Slapstick se refiere a una forma de golpearse que tenían los actores, que provocaba mucho ruido pero poco daño. Sus grandes eminencias en el cine vivo fueron Charles Chaplin, Buster Keaton, el Gordo y el Flaco y los Tres Chiflados. En esta corriente inscribiremos a los directores de animación Tex Avery (en su periodo en MGM) y a Chuck Jones, creador de El Coyote y el Correcaminos. En este primer tipo, dicen Adorno y Horkheimer, “(los dibujos animados) hacían justicia a los animales y a las cosas electrizados por su técnica, pues pese a mutilarlos les conferían una segunda vida”.
Los del segundo tipo, también provenientes del slapstick, se han deformado y se vinculan con el circo romano, con los polgromos, las ejecuciones públicas y con todo tipo de despliegue de violencia en la que entra en acción la masa o la turba enardecida, que busca un chivo expiatorio para proyectar su propio dolor. En este grupo enmarcaremos a Tom y Jerry de William Hanna y Joseph Barbera.

En ambos tipos hay un tratamiento que en líneas generales es idéntico y salta a simple vista: la indestructibilidad de sus personajes. Estos personajes no tienen la capacidad de evadir o anular el dolor, pero al tener un grado infinito de recuperación, les resulta sin consecuencias. Esta falta de consecuencias es un distanciamiento del dolor humano, que se prolonga más o menos en el tiempo y cuyos efectos sobre el cuerpo pueden ser de carácter permanente.
En este sentido ampliamos las nociones de los autores citados, ya que no solo la racionalización del cuerpo o la cristalización de las costumbres provocan distancia de la emoción: toda alteración del cuerpo y las costumbres que sea distinto al “neutro” cultural será indolorizado. Tal vez por eso la locura no haya sido tratada como signos de dolor psíquico hasta la categorización del psicoanálisis. Pareciera que siempre y cuando ésta diferencia esté dentro del terreno de lo conocido puede resultar lo cómico: un “chiflado”, un distraído, un “aparato”. En cambio, cuando se llegan a los extremos difusos de lo categorizado y las relaciones con el dolor que estas formas manejan, aparece el temor: el androide, el poseído. Es por esto que es importante que las caricaturas muestren su dolor, aunque sea pasajero.
Al alterar la naturaleza material del personaje, se altera su relación con el dolor (así cual la “aceración” del guerrero). Es entonces como nos encontramos con las propiedades de la materia de Densidad, Viscosidad y Elasticidad.
En un guerrero encontraríamos que debido a su relación con el dolor tiene una alta densidad y viscosidad y una minima elasticidad. Densidad y viscosidad se refieren al nivel de traspaso del dolor y a la afección que provoca, respectivamente; y elasticidad a su capacidad de restaurar su forma original.
Lo que en ese ejemplo es más bien metafórico, en los personajes animados es literal. La baja densidad de Tom le permite atravesar una reja, al costo de quedar cuadriculado, pero gracias a su baja viscosidad su mutilación permanece en un estado etéreo, demostrando más fastidio o sorpresa que sufrimiento. Todo ello es extremadamente pasajero dada su alta elasticidad.
Esto que acabamos de describir que parece un pasaje común aplicable a todas las caricaturas no es así. Por un lado, podemos encontrar que las propiedades de Tom no son siempre las mismas, y por otro, las pequeñas sutilezas en los dibujos de Tex Avery y en el Coyote de Chuck Jones provocan toda una serie de efectos distintos.
Ya que en Tom y Jerry el próximo golpe es lo que mantiene el frenesí andando, el nivel de elasticidad de Tom es tal que con solo sacudir la cabeza ya la devuelve a su forma original luego de que fuera aplastada con una sartén. Por otro lado, lo que predomina en el coyote es su viscosidad. El tipo de gag episódico requiere una construcción, ya que lo divertido es la historia de un fracaso anunciado, y el tipo de deformación al que se ve sometido es el remate. La elasticidad del Coyote sucede en la elipsis, manteniendo una sensación de gran viscosidad del cuerpo. Por último, la naturaleza altamente auto-conciente de los cortos de Tex Avery y su uso de metáforas visuales dan predominio absoluto a la falta de densidad: los personajes se deforman, se mutilan y se mueven como si pudieran dispersarse a voluntad, como un gas. Son pura esencia de dibujo animado.
Habiendo establecido ciertas predominancias dentro de cada animación, ¿cómo es que cada tratamiento del cuerpo corresponde a una representación “subversiva” o “subyugante”?
La alta elasticidad de Tom se transfiere de forma directa al regreso de la persecución. El daño que se le provoca no es suficiente para disuadirlo ni inhabilitarlo a continuar, e incluso lo enfurece más. Lo único que mueve a Tom es provocar el mismo daño, vengarse. El impulso inicial del conflicto suele desvanecerse en seguida, ya que la elasticidad misma le brinda energía a la situación cada vez que se “estira”, retornando con más fuerza. El episodio culmina cuando se termina la elasticidad de Tom, cuando lo solemos ver vendado y malherido. El daño que se ha hecho es demasiado grande para reponerse.
En este modelo no es posible detenerse a pensar lo que está sucediendo, mientras somos llevado de acción a acción justificado vagamente con relaciones de causa y consecuencia inmediatas.
La característica del Coyote, en cambio, lo relaciona con la inercia y la planificación. La viscosidad del cuerpo del Coyote repercute también en su manera de accionar. Comienza con un plan, con la orden y la espera de un producto ACME, situación que permanece en la elipsis. Es la inteligencia del Coyote la que arrastra al cuerpo, hasta que la velocidad de la situación es demasiada para él, y son las fuerzas externas las que lo arrastran, siendo su inteligencia la última en advertir los grandes espacios de vacío que se abren bajo sus pies. El coyote pareciera ser, en este sentido, una variable dinámica del Distraído que describe Bergson en su ensayo, ya que no vive en el pasado o en el futuro de forma exclusiva, fluctúa entre estos. Lo único que vive en el Coyote como tiempo presente es su hambre, motivación fundamental de todas sus acciones.
Lo verdaderamente cómico del Coyote y el Correcaminos se da cuando, arrastrado por la misma viscosidad del protagonista, el espectador es llevado a esperar un cierto tipo de resolución (siempre un fracaso) y es sorprendido con otra distinta. Aquí el código y la construcción ponen en juego la narración acerca de lo esperable.
El tercer caso, el de los dibujos de Tex Avery, nos encontramos con la carencia de densidad. Esta carencia permite a sus personajes deformar su cuerpo, ya no a los golpes nada más, sino también con las fuerzas internas del personaje. Este tipo de autonomía de lo real es posible en una plena auto conciencia del medio usado, la animación. En ningún momento se pretende mostrar un efecto de fuerzas físicas realistas, sino que todo movimiento parte de las sensaciones de los personajes. Esta libertad total de la materia se configura en situaciones donde todo vale, y la escalada de los acontecimientos (al no poseer ningún freno material) podrían extenderse hasta el infinito.
Esta autoconciencia del medio también se aplica de manera argumental, tratando temas sexuales, políticos, parodias y delirio de toda clase, habiendo sido muy censurado en su época.

Como hemos descrito, distintas cualidades materiales dan por resultado distintas relaciones con el dolor. Lo que es necesario añadir es que tales formas de manejar la representación no se utilizan solo con fines cómicos. La apariencia de elasticidad puede aplicarse al tratamiento de la imagen televisiva, ya sea de una persona o de un grupo. La elasticidad en demasía no permite el análisis, predispone y entrena a resistir el dolor.
La imagen animada puede entrenar y disciplinar para entender cierto tipo de índices como de elasticidad, densidad o viscosidad, para luego poder ejercer ciertas características sobre una relación de dolor. De esta forma se puede alienar al individuo para que olvide el contexto en el cual estas reglas funcionan. El ejemplo más leve son los videos de bloopers. Sacados de su contexto y con efectos de sonido extraídos de los dibujos animados, dan la impresión de que aquellas personas realmente no pueden dañarse, que su propiedad elástica es mayor a la normal.
Una vez que se acepta al dolor en la imagen fotográfica (que como dice Jünger es especialmente insensible) como algo pasajero, no existirá ninguna dificultad en ver una represión policial o una guerra por televisión sin sentir ni la menor turbación, la mera descontextualización hará el trabajo de dotar de propiedades elásticas a los cuerpos. La falta de densidad, por otro lado, se percibirá como una falta de materialidad, de realismo. El accionar de las balas sobre un cuerpo, visto a la distancia por la cámara de un helicóptero, serán equivalentes a la desintegración del Lobo de Tex Avery.
Tal vez el uso más poderoso de la elasticidad sea la capacidad de inspirar la necesidad de venganza. Recibir un golpe y recuperarse rápidamente, indoloramente, para devolver uno más fuerte. Una manipulación tal de la materia puede provocar (bajo las condiciones correctas) el deseo de una noción de entrar en la guerra, como si el dolor no existiera y todo lo que muriera no hubiera sido más que una ilusión de vida.

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