lunes, 8 de enero de 2007

Paisaje verde y rojo

Era la naturaleza de lo Inevitable que lo invadía. Y él lo sabía, y lo hacía temblar.
Ésa ciudad, tan gris y grotesca en todas sus formas, lo asfixiaba lentamente, y en varias ocasiones había querido escapara de sus garras gigantescas.
Pero si lo hubiera logrado, no estaría allí en este momento.
Desde dentro de su casa, José soñaba con lo de afuera. Imaginaba aventuras, vivía pacíficas fantasías de felicidad verde. Podía pasar horas mirando las plantas de su pequeño patio, llamando a los héroes de su mente a jugar con él en esos diminutos (y aún así enormes) mundos.
¡Qué feliz sería José de Ciudad si fuera José de Mundo! O aún José de Afuera. Pero simplemente esa no era su naturaleza. Hay quienes dicen que si José hubiese aceptado ser de Ciudad ,y no de otro lugar, habría sido (y sería hoy) más feliz.
Sin embargo, esta historia no trata de especulaciones, así que de ellas me abstendré. La cuestión es que José de Ciudad no era feliz, y quería ser José de Afuera. Lo cual es perfectamente aceptable, si no fuera porque le gustaba más añorarlo que serlo realmente.
Y lo estaba intentando de nuevo. Iba a dar un gran paso en su vida, ¡todo iba a cambiar!...


Pero sucedió. Aquello era imposible de evitar para José: Retrocedió.

Si sólo hubiera avanzado... pero decidió no hacerlo. Eligió sufrir, eligió su cárcel. Eligió morir.

Y cada vez que José retrocedía, la esperanza de la felicidad moría un poco. Él se comía a sí mismo, y con el tiempo no quedaría nada.

Al retroceder, José cometía suicidio. Manchaba sus manos con su propia sangre.


Y él lo sabía... y lo hacía temblar.