viernes, 26 de octubre de 2007

El tiempo se ha muerto

El tiempo se ha muerto.

Eso es lo que dicen, las voces por ahí. Los rumores palpitan en la sangre de mi cerebro de manera violenta, dañina. Son vientos de cambio, que traen las tormentas.
Largos silencios han pasado. Horas sin sueño, vida sin sueños.

¿Que es lo que está pasando?

Las palabras que escribo, las letras que las forman, las lineas que las dibujan... nada es mío. Idiomas han muerto en pos de la expresión más perfecta. Idiomas que yacen sin recuerdo, y son mirados con desprecio.

El tiempo se ha muerto.

Ya nada pasa como pasaba antes. Son los vientos del cambio que arrancan los árboles. Los gritos de dolor, raíces podridas arrancadas de mi mente.

¿Que es lo que está pasando?

Ya nada pasa. Todo detenido, en maneras psicóticas, imposibles, anti-físicas. Diganme loco, pero la realidad se separa, se divorcia. Los grandes paneles del tiempo y el espacio parecen más cerrados que nunca. Todo convulsiona en una masa extraña de colores, luces, materia y mente.
Nada existe completamente, y existe más de lo que debería.

¿De qué estoy hablando?

Azul. Todo inundado de un color azul. Un mar azul de turbulencia irracional, que nos separa. ¿Donde está mi granizo? ¿Dónde quedaron los universos, las galaxias, las danzas celestiales?
Son las nubes que nos tapan. Son los obstáculos, que todos debemos flanquear, superar, destruir.

¿Se está muriendo el tiempo? ¿Se acaban las ideas de coherencia?

Ya todos se pierde en una inmensidad oscura. Ni materia, ni vacío. tampoco energía. Es el tenebroso mundo de la mente sin tiempo. Donde las letras no existen, la coherencia se pierde como una aguja en un pajar, y la realidad no es algo más que lo que nos cuenta un ciego.

¿Donde estás, luz? ¿Dónde se fue lo racional? ¿Dónde lo irracional?

Y entre preguntas me pierdo en un lugar, junto a un tiempo muerto, muerto de viejo. Las lágrimas recorren mi cara, las puertas se cierran, el caos es total. La salvación se escabulle por puertas corredizas, mortales. Golpeo los costados sin más libertad que un canario en su jaula.
Piedra por Piedra, hice la prisión.

¿Sangre?¿Cuerpo?

La repulsión a la carne aumenta, porque su aproximación es inevitable. La mente se retuerce de locura absoluta. Posiciones imposibles.

X, Y, Z, Ñ...

¿Delfos?

Todo se mezcla. Mi nombre, tu nombre.... SU nombre. El amor, y el odio más profundo. nada se entiende, todo se supone. Las matemáticas ocultas del infinito copulan con los maniáticos incoherentes. Nada con sentido. O todo con demasiado sentido para comprenderlo por completo.

Algo será...

"Siempre que llovió, paró"...

Te espero, oh cielo, te espero...


(Piensen con el alma, disculpen esta locura. Meditenla con el corazón. Sólo ahí, lo incoherente cobra su sentido. Delfos)

lunes, 8 de enero de 2007

Paisaje verde y rojo

Era la naturaleza de lo Inevitable que lo invadía. Y él lo sabía, y lo hacía temblar.
Ésa ciudad, tan gris y grotesca en todas sus formas, lo asfixiaba lentamente, y en varias ocasiones había querido escapara de sus garras gigantescas.
Pero si lo hubiera logrado, no estaría allí en este momento.
Desde dentro de su casa, José soñaba con lo de afuera. Imaginaba aventuras, vivía pacíficas fantasías de felicidad verde. Podía pasar horas mirando las plantas de su pequeño patio, llamando a los héroes de su mente a jugar con él en esos diminutos (y aún así enormes) mundos.
¡Qué feliz sería José de Ciudad si fuera José de Mundo! O aún José de Afuera. Pero simplemente esa no era su naturaleza. Hay quienes dicen que si José hubiese aceptado ser de Ciudad ,y no de otro lugar, habría sido (y sería hoy) más feliz.
Sin embargo, esta historia no trata de especulaciones, así que de ellas me abstendré. La cuestión es que José de Ciudad no era feliz, y quería ser José de Afuera. Lo cual es perfectamente aceptable, si no fuera porque le gustaba más añorarlo que serlo realmente.
Y lo estaba intentando de nuevo. Iba a dar un gran paso en su vida, ¡todo iba a cambiar!...


Pero sucedió. Aquello era imposible de evitar para José: Retrocedió.

Si sólo hubiera avanzado... pero decidió no hacerlo. Eligió sufrir, eligió su cárcel. Eligió morir.

Y cada vez que José retrocedía, la esperanza de la felicidad moría un poco. Él se comía a sí mismo, y con el tiempo no quedaría nada.

Al retroceder, José cometía suicidio. Manchaba sus manos con su propia sangre.


Y él lo sabía... y lo hacía temblar.