Se percibe algo en el aire, un cambio.
Bueno, malo, yo no sé. Yo no sé ni un poco, ni un paso atrevo a conjeturar.
Pero es algo.
Yo sé. Yo no sé. Conozco y reconozco cierta capacidad que resurge. Aquella torpeza extraña, como un entumecimiento eterno del aparato social de todo el asunto. No, no soy una maquinita muy bien aceitada.
Me acuerdo de cierto viento importante, aunque no era de cambio (ahora que lo pienso, no se si realmente es un viento de cambio o es más bien la calma que precede a la tormenta. Por otro lado, prefiero la calma a la tormenta, y siempre que llovió paró).
Decía.
Ese viento del atardecer. Ese poder místico, oculto, pero presente en las entrañas. Ni siquiera corazonada: la corazonada no pertenece al sentido de alarma. En el corazón se reflejan cosas de la mente, y esto no tiene nada que ver con la mente. Acá hablo del estómago. El estómago no miente.
Admito que he llegado a sentir miedo. Ese viento te puede llenar así como te puede sacar absolutamente todo.
Lo que el viento se llevó ¿no?
Tengo miedo ahora. De que sea sólo esa calma momentánea. Por vicio me enfrenté a la Gorgona, y gané la batalla, con ayuda de invisibles dioses alados. Pero la batalla no es la guerra. Y hoy no es mañana.
Yo creo que es perceptible cierto vaivén en las palabras, así, sin rumbo fijo. No voy a mentir diciendo que es intencional, pero tampoco puedo decir que es un impulso que no puedo detener. Es un impulso que no quiero detener. Es una decisión.
Los héroes griegos siempre cagaban la fruta. Es así. El hybris le decían. Sólo espero no pecar de confianzudo y mirar a la gorgona a los ojos. Ya pasé demasiado tiempo petrificado, merezco avanzar.
El camino es muy largo, el tiempo muy corto.
¿Que carajo hace leyendo esto?
¿¡NO VE QUE NO HAY TIEMPO QUE PERDER !?
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