Era una lluvia melancólica. El aire pasaba entre las hendijas de la persiana y la habitación estaba llena de recuerdo de calor. De a momentos un rayo iluminaba el cielo, las gotas, el silencio. Silencio que había dejado el violín, desafinado, empolvado, entristecido en una esquina. Encerrado, espectante de un día que tal vez no llegue nunca. Observador de dolor.
Y así, bajo dulces aromas; bajo imágenes de fantasías distantes, e increíblemente cercanas; con el caer de las gotas, me proyectaba hacia el pasado cercano, hacia media hora atrás en el tiempo.
Ése haz de luz, que tan hermosamente se proyectaba en el cielo nublado nocturno. Lasi ideas de un encuentro, ficticio, falso, inexistente.
Y comenzó a llover. Como pequeñas esferas de plata, las gotas se revelaban en un camino luminoso, dirigido al infinito, y detenido en lo cercano. Distancias, distancias. Cuando lo mucho es poco, y lo poco mucho.
La genial orquestación acuosa iba en aumento, provocando colores en el haz antes blanco. ¡Cuánta belleza puede entrar en tan poca cosa!
El golpe imaginario de un granizo inexistente me catapulta, de realidad a realidad, hacia más allá. Lejos, muy lejos de la Percepción (o tal vez, más cerca que nunca).
Cabalgando a pelo un cristal luminoso, emanado de la lluvia y de un rayo misterioso, me voy por la Vía Láctea. El Universo , en su máxima gloria, se comprime y expande, creando en mi boca todos sus sabores. Los de ella.
Veo una colisión celestial, un abrazo de titanes, un grito de galaxias ( allá, por donde el ruido duerme, y tus silencios me acarician).
Con el trueno (ese gran rugido paralizante, leónico) nacen tus pestaneos, y un esbozo de sonrisa. Tu perfume, dulce aroma floral, hermoso y placentero, eterno, nace del golpeteo de la lluvia en mi alma desnuda y sola.
Como el arco contra las cuerdas, veo la suavidad de tu piel. Oigo su sabor. Degusto su calor.
Me pierdo en tu alma, tus ojos. Me maravillo con las estrellas, las galaxias, que parecen la resina que cae de la crin del arco. Resina que cae en tus pupilas oscuras, hipnóticas.
Las cuerdas resuenan con la percusión; la lluvia, con el rayo. La luna me mira, sin mirar. Voy a su encuentro como lo hago con ella. Distancias. Se unen los cuerpos celestes, en una fusión caótica, ordenada... Sincronizada.
Vuelvo a mi casa, sin haber salido, pero todavía queriendo más de ella.
Mañana veremos, ya veremos.
Y así, bajo dulces aromas; bajo imágenes de fantasías distantes, e increíblemente cercanas; con el caer de las gotas, me proyectaba hacia el pasado cercano, hacia media hora atrás en el tiempo.
Ése haz de luz, que tan hermosamente se proyectaba en el cielo nublado nocturno. Lasi ideas de un encuentro, ficticio, falso, inexistente.
Y comenzó a llover. Como pequeñas esferas de plata, las gotas se revelaban en un camino luminoso, dirigido al infinito, y detenido en lo cercano. Distancias, distancias. Cuando lo mucho es poco, y lo poco mucho.
La genial orquestación acuosa iba en aumento, provocando colores en el haz antes blanco. ¡Cuánta belleza puede entrar en tan poca cosa!
El golpe imaginario de un granizo inexistente me catapulta, de realidad a realidad, hacia más allá. Lejos, muy lejos de la Percepción (o tal vez, más cerca que nunca).
Cabalgando a pelo un cristal luminoso, emanado de la lluvia y de un rayo misterioso, me voy por la Vía Láctea. El Universo , en su máxima gloria, se comprime y expande, creando en mi boca todos sus sabores. Los de ella.
Veo una colisión celestial, un abrazo de titanes, un grito de galaxias ( allá, por donde el ruido duerme, y tus silencios me acarician).
Con el trueno (ese gran rugido paralizante, leónico) nacen tus pestaneos, y un esbozo de sonrisa. Tu perfume, dulce aroma floral, hermoso y placentero, eterno, nace del golpeteo de la lluvia en mi alma desnuda y sola.
Como el arco contra las cuerdas, veo la suavidad de tu piel. Oigo su sabor. Degusto su calor.
Me pierdo en tu alma, tus ojos. Me maravillo con las estrellas, las galaxias, que parecen la resina que cae de la crin del arco. Resina que cae en tus pupilas oscuras, hipnóticas.
Las cuerdas resuenan con la percusión; la lluvia, con el rayo. La luna me mira, sin mirar. Voy a su encuentro como lo hago con ella. Distancias. Se unen los cuerpos celestes, en una fusión caótica, ordenada... Sincronizada.
Vuelvo a mi casa, sin haber salido, pero todavía queriendo más de ella.
Mañana veremos, ya veremos.